El trabajo como todos los sábados,
una horrible somnolencia me castraba el interés,
no podía siquiera mantener las piernas rectas,
bajaba los escalones mecánicos agarrado al pasamanos
con un delírium tremens propio de aquel que lleva
un achispamiento trémulo. Y no de catavinos,
ni porripitiflautico tampoco, a las hora que yo voy a trabajar,
Jack Daniel´s conduce el metro.
De igual forma llegaba tarde, el despertador de sirenas
mágicas triposas que me alumbran en el amanecer del
fin de semana no celebró festín, día de trajín a sueldo
por mi precioso tiempo bajando ebooks de internet
y pirateándolos con papel ochenta gramos y
canutillo metálico de espiral, estos encuadernados
son a partir de cuatro noventa y cinco más impresiones
en blanco y negro a cincuenta y cinco céntimos hojita.
A mí me salían gratis evidentemente.
Los compraría originales, esto es para tésis y demás.
En realidad en el despertador sonaban
los puertas. Con el light my fire.
Alguno dirán "las , las" bueno, cada persona
tiene sus razonamientos y no tienen que ser
androfóbicos, aquí se trata de liberarme de
la misantropía que me flagela los días normales.
Cuando mis ojos aletearon en la oscuridad
no eran más que las cuatro y media.
Sesenta minutos placenteros en aquella
cama con dos almohadas, una hacía de
compañera porque tú no estabas.
Cuando mi cerebro creyó sensato volví
a voltearme en la cama y me pareció que
aquellos preciosos sesenta minutos expiraban,
alargué mi brazo y cogí ese despertador traicionero
que deja que personas insensatas te despierten en
altas horas de la noche, pero eso es otra historia,
eran las seis y treinta y cinco.
La defecación se apoderó de mis sentidos, la palabra
mierda tenía total potestad sobre mi persona.
Por eso tomé café, y yo nunca tomo café,
me pone nervioso. Tengo prohibido ser
filtro de ese grano estimulante, la verdad.
El extraño café era envasado, con leche condensada,
de Puleva.
Me bebí la mitad en casa, la otra mitad en el metro
para poder ser cabal y no ponerme nervioso, mientras
esa gente que está en el metro me miran raro.
Que nadie hable de incoherencia con alguien
que sólo trabaja los fines de semana.
Fui leyendo pornografía para intelectuales,
algo sobre un primate en cueros.
Siempre que aparto la vista de las páginas
encuentro que alguien me está observando.
Normalmente el estereotipo de la persona
en cuestión, es el de una mujer latina de
mediana edad que no hace nada mientras
viaja en metro. En este caso nada es sinónimo de productividad personal.
Cuando me bajé, ya había trascurrido casi una hora,
los villanos de pacotilla duermen ya en casa mientras
mamá hace ruido, los que no; van de cocaína cargados.
Eran las siete y treinta justas cuando entré en mi
pequeña condena de desinflado bolsillo necesito esta mierda.
Ya serían las diez y media, mi compañero estaba en la planta
de abajo. Para mí este trabajo es el infierno, un ático para Satanás.
Me encontraba solo haciendo digestión de mixto con zumo de naranja,
ella entró como lo hacen las estrellas, y era igual de vieja que las mismas,
esto no era para mi un problema la verdad, para mi poya tampoco, pero lo
cierto es que no me gustaba. Debo decir que denotaba elegancia, detonaba,
y poseía un tipo cuidado pero flácido, castigado debido a la edad y a tantos
rayos uva y solecito de las Rozas. El calor azota Madrid, un pañuelo rojo
muy elegante la cubría, pero sólo acentuaba las miradas escrutadoras
que tanta prensa rosadita enguyen.
Se dirigió a mí con una deliberada jerquización, esto abrió mis sentidos
y no refleje sentimiento alguno de recelo, esperé y solté los buenos días
con sonrisilla amable y sincera.
Dijo hola tal vez, o sólo fotocopia a color, no estoy seguro.
Sacó con desgana un papel doblado que llevaba en su
elegante bolso, era un DIN A3 que mostraba el plano de un terreno
o algo así, ni me fije en su bolso ni en el papel, ni en nada.
Continuará. Ya la editaré o algo. No le voy a poner ni etiqueta.